martes, 14 de diciembre de 2010

Paréntesis

Fin de año y fin del blog. Como última entrada me permitiré un descanzo y no les hablaré sobre la teoría tratada aquí, sino sobre lo que me ha pasado estos últimos días. 

Ayer por la mñana, partí con el curso (segundo año de periodismo), a un viaje al Alto del Biobío. No conocía el lugar, así que estaba más que entusiasmada. Después de varias horas de viaje, perdernos por el camino, etc., llegamos al camping "Auka Rayén" que forma parte de la Comunidad Pewenche Pitril.  

El lugar, rodeado de montañas y cercano a un río, es precioso. Pero más que la belleza física, que es inevitable observarla, lo que más me gustó fue tener este pequeño recreo, esta desconexión del mundo por al menos 24 horas. Yo, y creo que muchos de ustedes, vivo pendiente del reloj: que tengo que hacer tal cosa a tal hora, que se me hace tarde para llegar a clases, que hay que dormir temprano, etc. Como dice Cortázar en "Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj", este instrumento nos condiciona a tener que hacer todo en el momento preciso y programado.

Pues bien, durante mi estadía en la montaña no miré en ningún momento la hora, tampoco revisé si había alguna llamada perdida en el celular, etc.; no había señal en varios kilómetros. Todos nos regimos más bien por el sol, por el viento, por cualquiera de esos factores y peder la noción del tiempo es algo maravilloso. Como seres humanos racionales que somos (o pretendemos serlo), vivimos pendientes de horarios, compromisos: comemos al mediodía porque es saludable, nos dormimos a las 10 porque hace mal trasnochar, pero no lo hacemos porque a esa hora tengamos hambre o sueño. Entonces, poder estar en ese estado natural libre coceptos físico-temporales, aunque fuera por dos días, fue impagable. 

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